Objetivo: siempre ellas

Ago, 2018

    En Bukavu, a orillas del río Kivu, se levanta el hospital Panzi, donde el doctor Denis Mukwege trata a víctimas de violaciones. (Imagen por Xavier Aldekoa)

Años de impunidad por la violencia sexual ligada a la guerra en la República Democrática de Congo han provocado un nuevo drama: se han disparado las violaciones perpetradas por civiles, incluso a bebés. En el hospital Panzi, dirigido por el doctor Denis Mukwege, premio Sajarov del Parlamento Europeo y varias veces candidato a Nobel de la Paz, cada vez reciben más pacientes violadas por vecinos, familiares o conocidos.

La primera vez, se le hizo extraño. Fue un acto casi mecánico, como un sueño placentero, salvo porque la chica no colaboró demasiado: sólo lloraba y sangraba. Obedi tenía unos trece años y un fusil en las manos, así que no necesitó tener demasiados miramientos para consumar su primera experiencia sexual.

Simplemente ordenó a todas las mujeres que bajaran de la furgoneta detenida frente a un puesto de control improvisado en el este congolés, escogió a una chica y se la llevó bosque adentro. Allí la usó porque sí, porque podía. Sus colegas, igual que él niños soldado alistados al FDLR, un grupo rebelde compuesto por ruandeses que perpetraron el genocidio de 1994 y luego huyeron a Congo, se llevaron cada uno a una chica.

“Había bebido mucho”, dice Obedi a modo de explicación. Antes de huir y entrar en un programa de reinserción de niños soldado en la ciudad de Goma, participó en decenas de violaciones más durante sus cuatro años como rebelde. Porque sí, porque no pasaba nada. ¿Por qué no? “Queríamos hacerles daño porque venían de lejos, eran de otras etnias y no nos iban a denunciar. Era la forma de burlarme de ellas, de sacar la rabia que tenía dentro.”

    La violencia contra la mujer en el este de la República Democrática del Congo se convirtió en epidemia después de las dos guerras entre 1996 a 2003. (Xavier Aldekoa)

A Justine le tocó vivirlo desde el otro lado. La secuestraron de noche, junto a cuatro amigas, y su desgracia duró un poco más: media vida. A sus casi treinta años, ha vivido como esclava sexual desde los 15 años.

Escapó hace unos meses del rebelde que la mantenía cautiva en la selva, ya embarazada de su séptimo hijo, y acaba de llegar a Bukavu porque su intento de regresar a casa salió mal. Sus antiguos vecinos la acusaban de connivencia con los mismos rebeldes que se la habían llevado. Si hubieras querido, habrías huido antes, decían. Nadie sobrevive tantos años en la selva si no es uno de ellos, decían. Justine dice menos: “Ahora no sé dónde ni en qué condiciones voy a poder tener a mi hijo”.

    Miles de mujeres son violadas cada año en el país africano por grupos rebeldes y soldados como forma de humillación del enemigo o para provocar la huida de la población y poder controlar territorios. (Xavier Aldekoa)

En la República Democrática del Congo, los civiles no son víctimas colaterales de la guerra o una consecuencia desafortunada del conflicto; son el objetivo. Se ataca a poblaciones enteras porque apoyan a otros grupos rebeldes, por su etnia o para limpiar territorios ricos en minerales o geoestratégicamente importantes y poder así controlarlos más fácilmente.

Asesinar, robar, destruir hogares, esclavizar y violar forma parte de un mismo engranaje de guerra, supervivencia y beneficio. La violencia sexual es una pieza indispensable de ese mecanismo de control: someterlas a ellas significa golpear los cimientos de la comunidad rival. Te domino, te expulso y te humillo. Yo gano.

    El doctor Denis Mukwege charla con una paciente en el hospital Panzi de Bukavu. El médico congolés opera gratuitamente cada año a miles de mujeres violadas o que han sufrido graves secuelas por complicaciones durante el parto. (Xavier Aldekoa)

Esa lógica infernal ha definido la realidad de cientos de mujeres congolesas, especialmente en las zonas rurales del este, en los últimos años. Después de las dos guerras, Congo vivió una auténtica epidemia de violaciones. Pero la indignación internacional ante las agresiones, también disparó peligrosamente los clichés. A definiciones de Congo como “la capital mundial de la violación”, expresada en 2010 por Margot Wallström, enviada especial de la ONU para las víctimas de violencia sexual, siguieron informes exagerados y llenos de errores que fueron aceptados sin rechistar.

El American Journal of Public Healt estimó en un estudio grotesco que en el país africano se violan 48 mujeres por hora. Tal precisión es imposible de sostener en un país del tamaño de Europa cuyo último censo data del año 1984, donde apenas hay registros de identidad y hay zonas tan inaccesibles que hacen imposible un seguimiento estadístico serio. Pero la cifra fue aceptada por organismos internacionales, oenegés y medios del todo el mundo. Y llegó el dinero. Según una investigación de la organización Secure Livelihoods Research Consortium, en los últimos años las organizaciones humanitarias u organismos que trabajan en programas de violencia sexual en el este del Congo han recibido 17 millones de euros anuales.

    El hotel Panzi se ha convertido en una referencia en el tratamiento y operación de mujeres violadas. Algunas de las pacientes han sufrido mutilaciones en la vagina al ser agredidas sexualmente con armas, cuchillos o botellas rotas. (Xavier Aldekoa)

Según los autores del estudio, el flujo de dinero para la causa ha sido tan grande que ha generado escenas dantescas: en campos de desplazados o comunidades muy necesitadas se han dado casos de mujeres que alegan haber sido violadas por rebeldes para poder acceder a las ayudas de estas organizaciones, dedicadas exclusivamente a víctimas de violencia sexual.

Para Jean Paul Kinanga, experto en violencia contra las mujeres, la fuerza de la narrativa del uso del cuerpo de la mujer como campo de batalla ha impedido también percibir un cambio dramático de tendencia: cada vez hay más violaciones de civiles.

Al frente de la Maison Margarite, que acoge a mujeres víctimas de violencia sexual en la ciudad de Goma, a las orillas del lago Kivu, Kinanga fue testigo de las primeras violaciones masivas de la guerra y las mutilaciones sexuales de las primeras víctimas, a quienes sus verdugos forzaban con bayonetas o introducían vidrios o pegamento en la vagina. Pero desde hace un lustro, han saltado alarmas diferentes. Segú Kinanga, la gran mayoría de las violaciones ya no son perpetradas como táctica militar por soldados o rebeldes. “La violencia sexual empieza con la guerra. Antes prácticamente no existían casos y ahora es una epidemia. Pero los violadores ya no sólo son tipos armados. La impunidad y tantos años de violencia sistemática, donde violaban hasta soldados del gobierno y nadie pagaba por ello, han provocado el contagio de ese comportamiento al resto de la sociedad. Es una desgracia”.

    Mukwege, quien vive en el propio hospital, ha recibido amenazas por sus denuncias al gobierno y grupos rebeldes. Tras sobrevivir a un intento de asesinato, debe ir escoltado por un guardia armado durante todo el día. (Xavier Aldekoa)

Al sur de Bukavu, las muecas de preocupación son parecidas. En el hospital Panzi, dirigido por el doctor Denis Mukwege, premio Sajarov del Parlamento Europeo y varias veces candidato a Nobel de la Paz, cada vez reciben más pacientes violadas por vecinos, familiares o conocidos.

Mukwege se revuelve en su despacho tras escuchar la historia de una niña de quince años, agredida por un vecino que le triplica la edad. “Las violaciones de rebeldes siguen ocurriendo, pero ya no son mayoría. El gobierno es incapaz de controlar la violencia y la impunidad ha llevado a cientos de civiles a violar sin miedo a ser castigados”, denuncia Mukwege, quien desde hace dos décadas opera gratuitamente a mujeres víctimas de violencia sexual y a madres con secuelas derivadas de partos complicados.

El doctor de 63 años sabe que sus palabras incomodan al gobierno congolés pero no se piensa callar. Tras sobrevivir a un intento de asesinato y huir del país, regresó para dar voz a miles de víctimas de la epidemia de violencia sexual. Aunque el horror cambie de forma. Mukwege, quien por cuestiones de seguridad vive y duerme en el hospital, donde le sigue día y noche un guardaespaldas armado, advierte que la extendida creencia en espíritus y magia negra ha originado otro horror ligado a la violencia sexual: “Nos llegan muchos casos de bebés violados de forma salvaje; es inquietante. Víctimas de pocos meses. Los violan porque creen que así se curarán de enfermedades o conseguirán riquezas. Es una barbaridad que debe terminar”.

    Los especialistas advierten de que la impunidad tras la ola de violaciones ligadas al conflicto ha provocado un nuevo drama: se han multiplicado las agresiones sexuales perpetradas por civiles en aldeas y ciudades. (Imagen por Xavier Aldekoa)